DE LA CONVERSIÓN CRISTIANA Y EL CAMINO DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO

La palabra conversión alude a un cambio de dirección o de rumbo.

La primera palabra de Cristo en el Evangelio, cuando inicia su ministerio de predicación, es un llamado a la conversión: "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado;

arrepentíos y creed en el
evangelio" (Marcos 1,15; véase
Mateo 4,17). Es interesante y
provechoso relacionar el acto del
arrepentimiento y el
conocimiento de uno mismo,
sobre todo porque esta relación
no aparece en los contextos neo-cristianos.
La New Age o las
escuelas hoy populares de
"Metafísica" o de Esoterismo
pueden hablarnos de
conocimiento de sí pero
ciertamente no dirán la parte de
arrepentirse. Llegar a
arrepentirse entraña muchas
cosas y no equivale
simplemente a sentir vergüenza,
incomodidad o culpa. El genuino
arrepentimiento va siempre de la
mano del conocimiento de sí. La
Biblia suele describir este
proceso en términos de una luz
que lleva a la persona a
descubrir algo que no veía.
Lo descubierto tiene que ver
con los actos pasados y la
condición presente; tiene que
ver con lo que uno es y con
quién es Dios; tiene que ver
en fin con la humildad, la
confianza y la esperanza. No
es algo tan sencillo, burdo e
inútil como un dedo que acusa
y hunde en desesperación. Es
un acto bien compuesto,
profundamente respetuoso y
humano, por el que la persona
a la vez se conoce mejor y
empieza a ser mejor. La
palabra conversión alude a un
cambio de dirección o de
rumbo. El rumbo nuevo brota
de una luz nueva, una luz que
muestra lo que yo no veía
antes. Pablo describe esta
experiencia como una
"revelación" de la cual se
expresa con estas palabras:
"Cuando Dios, que me apartó
desde el vientre de mi madre
y me llamó por su gracia, tuvo
a bien revelar a su Hijo en mí
para que yo le anunciara entre
los gentiles..." (Gálatas 1,15-
16).La parte esencial está en aquello:"revelar a su Hijo en mí.
Cristo viene a ser aquí como la lámpara que me lleva a
saber la verdad sobre mí mismo; él es Aquel que me enseña
lo que yo no sé sobre mí”. En expresión del Gaudium et
Spes, n. 22, "Cristo revela el hombre al hombre mismo."
Conocerse, pues, es mucho más que navegar bajo el cielo
mortecino de las propias conjeturas. Y esto tiene mucho
sentido. Si lo único que yo tuviera para conocerme fuera mi
razonar, ¿cómo conocería si razono bien? Y si digo que la
autoevidencia es la luz que me lleva a razonar bien, ¿cómo
sé si hay cosas que son evidentes pero no las he
encontrado, cosas que tal vez me muestran que mis
anteriores evidencias estaban equivocadas? Y dígase otro
tanto de nuestros "sentimientos," que a veces no son sino
prejuicios, o de nuestras apreciaciones, que a veces no son
sino la traslación de lugares comunes o intereses
soterrados. ¿No nos ha pasado muchas veces que las
apariencias engañan o que la famosa "primera impresión"
que tenemos de alguien luego resulta errada?
Conocerme es buscar un cielo mejor y una luz que no tengo
pero sí requiero. La presente no es una obra para demostrar
que Dios existe o que Cristo es el Camino; más bien, sobre
la base de esas grandes afirmaciones, que muchos
confesamos con gozo y que de muchos modos hemos
anunciado también, aquí descubrimos que ninguna luz
puede guiarnos mejor que la luz de Cristo. Encontrarse de
veras con Cristo y llegar a conocerse vienen a ser
sinónimos. Pasajes como el de aquella mujer samaritana del
capítulo cuarto del Evangelio de Juan o como la conversión
de Zaqueo vienen a la memoria espontáneamente.Además,
es muy distinto llegar al conocimiento de sí mismo
con la luz de Cristo o sin ella. Como bien anota Catalina de
Siena, el solo conocimiento de nosotros fácilmente conduce a
la desesperación, pues destapar los sótanos del alma deja
salir toda suerte de miasmas y espectros. Descubrir que en el
fondo de mi existencia he sido siempre un egoísta y que todo
el mundo es en el fondo egoísta no me libera por sí solo del
egoísmo. Más bien, lo probable es que me conduzca a la
amargura y la náusea, como le pasó a Jean-Paul Sartre, que
no creía en Cristo como su salvador personal. En el fondo
tenía razón: sin Cristo esta vida produce náusea. Al final este
capitán de los existencialistas ateos solucionó su náusea
escribiendo con abundancia.
Muy distinto es el desenlace cuando bajo a mi sótano armado
de la luz de Cristo. No es que mi verdad se atenúe o disfrace,
no es que queden maquillados mis errores o escondidas mis
incoherencias, sino que todo ello queda integrado en un plan
más amplio que finalmente se resuelve en anuncio de
conversión, misericordia y obras de vida nueva.

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